CAPITULO nº6 “RAMIRO Y LA GAVIOTA DE SAL”
Fragmento perteneciente a la novela “El ángel del regreso” autor Ismael Clavero.
Una gaviota blanca se posa hambrienta sobre el cadáver de un soldado. Esos ojos la observan y no la ven. Esa mano agarrotada sobre un rifle parece una foto de postal detenida en el tiempo. Esa mano. Esa mano que supo ser fresca y grácil, que acarició en un lejano pueblito de ciento cincuenta habitantes, el sueño de la esperanza. Una espiga que ya no madurará, un sueño que no cumplirá. Una boda que ya nunca realizará.
Ramiro, desde su tumba perpetuamente helada, te dice por las noches, cuando fingís dormirte y no dormís. Que lo lleves a su pueblo, que necesita el beso de sus espigas que en otoño se ponen color oro, de su alfalfa verde. De su parva de pasto seco donde cuando niño traveseaba con sus diez hermanos.
“Ramiro está dormido, y su sueño de tan lejano ha llegado hasta las puertas del cielo. Se fue de repente, entre el fragor de una explosión, entre nubes oscuras de pólvora. Una luz centellante que vino a recogerlo de este suelo tan helado, lo levantó de golpe y se alejó en el lomo de una gaviota de sal. Si te preguntan por él, dile que ya no está, que tuvo mucho, mucho frio y se marchó. Porque extrañaba tanto, la calidez de su pequeño pueblito cordobés, el beso de las buenas noches de su madre, los consejos de su padre, y las travesuras de sus hermanitos menores.
Viajero, vé y dile a su gente, que en valiente batalla dio su vida; para que ellos conserven intactos sus sueños de una Patria grande y hermosa. Que su sacrificio nunca podrá ser tomado en vano, porque en cada niño en su escuela, en cada joven estudiando, en cada obrero trabajando, en cada soldado velando; él estará. Su alma por siempre vivirá, en la grandeza de su Pueblo.”
El torpe equilibrio del ave sobre ese cuerpo, sus batientes alas perfumadas de sal y algas. El graznido de su lenguaje de pájaro marino que parece una pregunta que dice ¿Hay alguien en este cuerpo? La negativa. El silencio de miles de silencios cubriendo esa carne cual un sudario. La llovizna fina, terriblemente helada y cruel besando las hierbas duras. El turbal embotándose de agua, como si quisiera reventarse las entrañas.
A la distancia, el denso humo que se eleva como una columna; un túmulo gris que interroga al cielo permanentemente encapotado de Puerto Argentino, que ha interpuesto un paréntesis a su cotidiana calma. Se ha quedado por un breve tiempo sin el silencio de sus ovejas; ahora también huele a pólvora. Pólvora y lana quemada. Sus niños de caras pecosas y rubicundas, paspadas por el viento frio, contemplan azorados los peligrosos juegos de esta guerra. Uno de ellos juguetea en el patio de su casa de maderas y zinc, con una pistolita de plástico y grita-¡Bang, bang!- Su padre enojado lo reprende, quitándole el juguete.
La gaviota, girando su cuello hacia ambos lados, escudriña los alrededores temiendo que un depredador la aceche. Después, confianzudamente hunde sus uñas en el tórax dándose apoyo. Una arteria de ese pecho por un instante resucita, un pequeño geiser explotando; un filo de uña lo a despertado. El fluido espeso de sangre divaga confuso, lejos de su dueño; luego se escurre por la chaquetilla chamuscada, hasta el suelo agreste que lo reabsorbe cual una esponja.
LA PUPILA Y EL PICO
LA VISIÓN Y LA FATALIDAD
UNA PARVA DE PASTO QUE NO VERA EL REGRESO DE SU DUEÑO
UN OJO POR EL CUAL HABÍAN PASADO:
LOS BESOS, LOS DOLORES, LAS ALEGRÍAS Y LOS TEMORES DE UNA BREVE EXISTENCIA
UN FRAGMENTO DE ESTA ETERNIDAD.
El pico clavase incompasivo y el iris estalla por un dolor que ya no siente. Por una vida ausentada, por una angustia que no le pertenece.
UN OJO VACIADO DE LUZ
UNA PERSIANA QUE CERRÓ SU MUNDO DE GOLPE
UNA RONDA, RONDA, QUE QUEDÓ TRUNCA
UN SOL QUE CAÍA A PIQUE SOBRE UN MAR BRAVÍO.
UN OJO QUE NUNCA MÁS GRAVARA EN SU RETINA:
EL CANDENTE FUEGO DE UNA ROSA O EL BESO DE UNA MUCHACHA PUEBLERINA.