Capitulo :8
SANDRA, EN ESPERA DE UN MILAGRO
Querido diario: aún sigo protegiendo este amor, este deseo. Como me enseñó la mami, a proteger el clavel de la escarcha con una hoja de diario.
Qué puede sostener a mi amor, más qué la esperanza. Este loco anhelo de traérmelo de vuelta de ese pozo de locura y silencio en el que lleva enterrado más de un año.
Mis amigas me dicen que es inútil, una locura total, creer que un soldado sin sus dos piernas y en un estado vegetativo, podrá algún día transformarse en mi esposo. Que me busque otro, me aconsejan. Como si otro significara lo mismo, su misma piel, su misma voz, su dulce mirada. Su amor. Sí, él me sigue amando. Desde su silencio me sigue amando.
Los otros días seguí el consejo de tía Juana, que me dijo que no dejara de hablarle nunca, que en cada visita al hospital le hablara. Que le cuente de cosas triviales, pequeñeces y boberías; que las almas ausentadas de un cuerpo por un gran trauma, podían volver a éste, gracias a su confianza en la palabra de un ser amado.
A veces temo parecerme a una idiota, pero ni me importaría eso, con tal de tenerlo nuevamente. Decirle mis secretos íntimos al oído. Que por las noches me siento tan sola y la piel me duele, de tanto extrañarlo…
Contarle de que tía Eugenia, la que tira el tarot, me dijo que había visto en la baraja un gran porvenir para nuestro amor… ¡¿Ho Dios mío?!¿Debo estar yo también volviéndome loca? Creyendo en todas esas gansadas de una vieja cuenta futuro.
¿Cómo sé que hay un mañana posible para nuestro amor? ¿Cómo lo sabré?...
A veces me miento por dentro, y no es que quiera engañarme con fantasías. Pero una FE extraña se apodera de mí y sigo volviendo a ese hospital, le tomo las manos frías a Juan, y rezo en silencio. Después salgo a la calle y en los cientos de rostros que me cruzo, veo sus ojos tiernos que me dicen que no lo abandone, que saldremos juntos adelante.
-¿Dime amor mío? En ese silencio que te oculta del mundo, ¿me extrañas todavía? ¿Necesitas que te lea esos poemas de Alfonsina Storni, de aquel libro que me supiste regalar?...
He tratado de descifrar en esos poemas la causa de tu horrible ausencia, y al no hallarla, lloro en silencio.
¿Dime vida mía? Dímelo antes de que naufrague en tu misma locura. ¿No extrañas la pasión de mis besos, mi cuerpo tosco pero lleno de miel? Mi cabello en el cual enredabas tus dedos largos y finos…
Mi Señor, te pregunto a ti, a través de este diario que escribo ¿Puede una mujer creer, cuando ya nadie cree?...
Hoy saliste a pasear en bicicleta por las calles de tu pueblo, cual una ave sin derrotero. Inconscientemente cruzaste el angosto puente sobre el rio Suquia, enfilando sin saberlo, hacia esos lugares donde nació tu felicidad. Acariciaste con angustia el portón de ese garaje, donde Juan supo tener su academia de danza. Ese pequeño templo sagrado, donde descubrió junto a su pequeño grupo de alumnos, tus habilidades innatas para bailar. Te señaló que debías soltarte más, dar rienda suelta a los impulsos que te dictaba el cuerpo, liberarlo de temores y vergüenzas. Puso en el Winco un disco recién estrenado de Madelen Kane “No busques” se titulaba esa canción. Te tomó con fuerza de las manos y juntos liberaron a ese dios pagano del baile que guardabas en tus pieces. Los demás chicos se les unieron y fueron inmensamente felices. Habían transgredido la norma, violaron los acuerdos establecidos por un presidente de facto alcohólico, que dictaba que era pecado escuchar música en ingles. Levantaron más el volumen, y se sintieron desafiantes, pues algún vecino podía oír esa música extranjera y tildarlos de antipatriotas. Hacía cinco días que Argentina había invadido las islas Malvinas. Por las radios la única música que sonaba era la cantada en español.
De la noche a la mañana, aquellos que inventaron la famosa tablita cambiaria e hicieron creer a los Argentinos ser iguales con el primer mundo, ya que podían veranear con sus dólares baratos (lo que después les saldría demasiado caro a las futuras generaciones y tendrían que pagar con el empeño de su sangre) y comprarse baratijas made in Taiwan. Te prohibían escuchar la música disco que tu generación veneró.
Después de meditar ensimismada, sentada en el borde de aquella acera, volviste a tu casa y te pusiste a escribir en tu diario personal.
Amado Arcángel Uriel:
Hoy tía Juana me contó la historia de tu medallón sagrado, ese que le regalé a mi Juan, antes de que partiera a Malvinas. Ella dice que se lo obsequió una viejecita india, cuando era muy joven. Y veraneaba con sus amigas por las riveras de un río de Traslasierra, en un pueblito llamado Nono. El regalo fue en pago de gratitud, pues mi tía socorrió a la anciana cuando fue arrollada por una camioneta; que la dejó abandonada y herida al borde del camino. Tía Juana, que es una mujer sensible y lastimosa, se apiadó de la viejita. La llevó a la casa de veraneo que ella y sus amigas alquilaban; pagó a un medico del pueblo para que la curara. Y se pasó los treinta días de sus vacaciones cuidándola.
La anciana dijo ser, una de las últimas princesas Comechingonas con vida. Y que era su deber, traspasar su reliquia sagrada a otra futura poseedora; para que ese poder antiquísimo que residía en la joya, no se perdiera para siempre.
Junto con el grupo de amigas, tía Juana y la anciana, llegaron a las orillas del rio Milac Navira. La india en solemne ceremonia, realizó un ancestral rito de ofrenda a sus dioses. Cantó canciones ceremoniales en su lengua nativa. Gritó a los cuatro vientos, convocándoles, para que sean testigos de su nueva voluntad. Y con el arrugado rostro lleno de lágrimas, le colocó en el cuello a mi tía el talismán, diciendo:
-ESTE ÁNGEL NO TIENE OJOS, PERO VE CON EL CORAZÓN,
NO TIENE OIDOS PERO HOYE CON SU ALMA.
Y SU VOZ ES UNA GOLONDRINA QUE CANTA LA CANCIÓN DEL QUE REGRESA-
Y acercándose al oído de Juana, le susurró con voz quebrada “Apamuni Munani, es el nombre de este poder que te transfiero, hija mía. Úsalo sabiamente.”
Después la anciana desapareció por entre los arbustos. Y ella no la volvió a ver nunca más.
Hasta el día de hoy, tía Juana dice que sueña contigo, ángel amado. Que unas veces te le apareces siendo niño, otras, siendo una golondrina u otras un altísimo guerrero de túnica oro y rubí. ¡Qué todo lo que se te pide, lo concedes! si es una causa noble y justa.
¿Puede haber algo más noble qué mi amor por Juan? ¿Dímelo Divino Señor, puede haber? O es qué estoy volviendo completamente loca y creo en esperanzas que los demás siembran en mí…
¡Pero necesito creer!… Sólo eso alimentara mi espera de que me lo devuelvas sano y salvó.
Así sea.