Capitulo nº9
“LA GRAN BATALLA CELESTIAL”
“También cuenta una ancestral historia, que cuando un milagro se pide en la Tierra, una batalla se desata en los cielos”
El alma de Juan, había sido derrotada por las poderosas fuerzas malignas de Satán y sus lugartenientes: Salamanca, una horrible bestia con cuerpo de mujer, lengua de serpiente y sexo de hombre. Perfiduz, un demonio de cuerpo apolíneo, alas de murciélago negro, brazos tentaculares y nervudos cual gruesos troncos; quien en una alforja que cuelga de sus espaldas, lleva su poderosa arma llamada Quinto rayo. (Único elemento del universo, que posee suficiente poder de disgregar las bellas alas angélicas)
El ejército de Uriel, junto a sus comandantes Jofiel y Zadkiel, libraría una dura batalla contra el poderoso ejército de Satán, en pos de salvar el alma del soldado. Una encarnizada lucha debería librarse en la esfera llamada “cielo Atlántico”, por las huestes angélicas, quienes debían enfrentar a lo más temido de los abismos y los páramos de la locura. Toda esta epopeya se realizaría por la gracia de un milagro, que una muchacha terrena, llamada Sandra, demandó al amado Arcángel del regreso.
Uriel, hondamente preocupado por esa alma secuestrada por la serpiente antigua. Pidió la bendición de su padre angelical Miguel, para emprender la odisea junto a su ejército de querubines, serafines, unicornios, tronos y coronas; en pos de cumplir su palabra empeñada.
En los páramos de la locura, el siniestro Satán y sus conspicuos Generales, daban los últimos retoques a su malévolo plan. Mientras Salamanca secuestrara en los pantanos del abatimiento al joven soldado, reteniéndole con sus manipulaciones mentales. Haciéndole creer que en verdad era un gran cobarde. Perfiduz, utilizando su poderosa arma, daría muerte a Uriel. La Celestial Milicia, al verse privada de su Eterno Conductor, no duraría mucho en caer en las feroces dentelladas de los esbirros malignos.
Los aliados de Perfiduz, abrieron fuego estelar sobre los sorprendidos Querubines de Cupido, que armados con sus delicados arquillos y flechas de oro, no pudieron resistir por mucho el grandísimo embate; siendo avasallados por tantísimo poderío.
La caballería de unicornios voladores, fue en rescate de los pocos sobrevivientes de Cupido. Mientras los tronos y coronas del Arcángel Jofiel, creaban paredes de fuego para frenar a las feroces amazonas, que intentaban degollar a los pequeños Querubines, que yacían duramente lastimados, sin energías para poder alzar vuelo y huir.
Una Torre de Fuerza, había plantado Satán en aquel cielo atlántico.
Pensaba con enfermizo deleite, el demonio Perfiduz, mientras juntaba en un carromato los ensangrentados cuerpecitos de los Querubines abatidos. En el festín que cenaría él y sus vasallos al culminar esa fácil contienda.
No contaba con que a dos kilómetros de allí, Uriel y sus Comandantes Zadkiel y Jofiel, junto a una legión de ángeles guerreros, se preparaban para aplastar a las fuerzas del mal.
-¿Será imprescindible esta mortandad?- preguntó con honda preocupación Jofiel, a su Eterno Conductor y jefe.
-Todo lo vale, la Fe de una muchacha que ama demasiado- Contestó firmemente decidido.
-¿Lo dices por Sandra, amado Líder…?
-Sí, quién más que ella, que supo depositar en su FE lo más concentrado de su esencia amorosa, creyendo en nosotros. Sabiendo que cuando un milagro se pide en la Tierra, una batalla se desata en los Cielos- Agregó Uriel.
-Ella debe ser una muchacha extraordinaria- Dijo Jofiel- Quisiera hallarme algún día una compañera así.
-Sólo es cuestión de que lo pidas y lo creas. Y así será- dijo Uriel, agregando- Al que cree, todos los secretos del universo le son develados y todos los sellos le son abiertos. Luego se acomodó un rebelde y lacio mechón de pelo rojo zanahoria. Y sonriendo le abrazó, palmeándole la espalda.- ¡Este guerrero te enseñara muchas cosas, jovencito!- Y lanzó una carcajada a los cuatro vientos y los pastos reverdecieron y las flores se engalanaron.
-Usted jefe, siempre está de buen humor- Dijo Jofiel, con su rostro lleno de luz- Es casi imposible el estar triste a vuestro lado.
-Deja de preocuparte, muchachito. Yo también las he pasado feas. Todos los guerreros debemos pasar por las cribas de la duda y las picadoras de la Fe. Pero con el tiempo se aprende; tenemos toda la eternidad para ello.
