CAPITULO Nº DOS, perteneciente a la novela "El ángel del regreso" autor Ismael Clavero, editorial Arkenia. comprala en "cordobavende.com.ar"
“EL HOY PUEDE LLEGAR A SER ETERNO” (Aparición del árcangel Jofiel)
Aquel viernes de parranda, cinco días antes de marcharse a la guerra, Juan y Ramiro sellaron un pacto. No importaba que el destino jugara sus malas cartas. Que los arcanos del negro presagio entoldaran sus límpidos cielos juveniles con nubes grises. Que nunca volvieran a tener una noche tan bella como esta. Única. Imperecedera. Sólo cabía en sus jóvenes pechos el latir constante de este presente. Un río llamado juventud palpitaba asombrado en sus venas. Hicieron pequeños tajillos en sus blancas muñecas, unieron sus sangres. Sellaron para siempre este día en sus espíritus, emulando a los indios de la serie de tv “Bonanza”. Ahora sí serian hermanos por siempre, lo habían firmado con sus sangres. Después se abrazaron por largo tiempo, temían separarse o ser arrastrados por fuerzas más poderosas que su propia amistad. Se olieron sus alientos fuertes de tanto alcohol, se midieron sus silencios, se acariciaron con tosca ternura las mejillas erizadas de incipientes pelos de barba mal rasurada. Se contemplaron en un tiempo que fue hoy y a la vez eterno. Sus ojos, cuatro pares de ojos que desnudaron sus almas más allá de los huesos mismos. Más allá de lo que no alcanza la vista, ni el tiempo, ni las palabras. Se miraron frente a frente como nunca más la vida les permitiría. Eran dos gladiolos recién salidos de su capullo, fuertes, puros. Llenos de candores y de ansías por arrojarse en los brazos de esta vida. Pero sólo tenían únicamente este hoy. ¿Qué más les podría importar? Luego, ebrios de café con coñac salieron del pequeño bar, tambaleantes, errabundos. Infinitamente felices. La calle apenas poblada de luces mortecinas y de extraños, los saludó con risas que sólo los borrachos comprenden. Uno perro temible les gruñó desde una verja. La madrugada los recibió en su seno.
Ramiro se dejaría dormir mansamente en la cama que le improvisara la madre de su amigo en un diván.
En el sueño de Ramiro se le aparecieron dos vacas, una gorda y blanca, y otra esquelética y roja. Mientras la primera apacentaba lentamente, ignorando todo peligro que la acechaba. La otra de color rojo se le aproximaba amenazante, tenía los ojos desorbitados y centellantes; gruesos hilos de baba le chorreaban por entre las quijadas. Lo que más le impresionó de esa visión, fueron esos dientes puntiagudos y filosos cual punzones. Su desproporcionada lengua, colgaba hacia un costado de la quijada como si fuera a lamer el suelo. Mientras la vaca blanca seguía pastando, la otra siniestra, de un mordisco certero le arrancó un colgajo de cuero y carne; lo masticó con febril ansiedad y se lo comió. Ignorando que la observababas.
Lo extraño de la escena, era ver que la vaca atacada no atinaba a huir de la agresora ni a defenderse, como si no le dolieran las heridas. La vaca roja continúo su carnicería devorándola con gula. Hasta únicamente dejarle los ojos y los huesos blancos y pelados. Por momentos parecía que esos huesos blancos y pulimentados de la vaca desollada, arrojaban un misterioso fulgor que te atrapaba, mientras seguía apacentándose. Y te interrogabas ¿Dónde metería todo ese pasto que comía? ¿Si no tenía ni estomago, ni tripas, ni nada?...
A los pocos segundos del sueño tecnicolor, llegó un ser que te pareció a la vez conocido y extraño. Conocido, porque su rostro te fue familiar; aunque tuvieras la certeza de no haberlo visto nunca por tu pueblo. Extraño, porque aparentaba ser un extraterrestre que perdió su nave. Llevaba puesta una bellísima túnica que fulguraba con preciosos destellos amarillo y oro. En una mano sostenía un lirio blanco y en la otra una espada de flama que parecía arder con fuego silencioso. Cuando venciste tu miedo, te le allegaste y él te sonrió, desplegando en toda su anchura un par de inmensas alas blancas. Poniéndose un puño cerrado en su lado izquierdo del pecho y su palma abierta en su lado derecho, cual un simbólico saludo angelical; amigablemente sonrió dándote su bendición.
- “Amado hijo de mi luz, destello de mi destello, pluma de mi raza, guerrero de mi estirpe. No guarde temor tu mente por lo que no entiende. Los ríos del destino están un tanto agitados en los cielos de la causa. Habrá situaciones que tu joven alma no llegará a descifrar, dolores que no pueda sofocar y llantos que te serán imposibles de derramar.
Estate en paz, yo velo por tu espíritu. Ruego al Altísimo por tu eternidad. La pureza del guerrero anida en tu pecho; el valor será siempre tu estandarte y la nobleza tu causa. Te conozco antes de los tiempos, mucho más antes de que salieras del cascarón de tu madre terrena.
Mi nombre es Jofiel, guerrero de la leal milicia, que custodia los siete tronos de la percepción de la Divina Madre; y vengo por tu alma. Seré tu guía y consejero. Aprenderás junto a los míos a vencer y a vencerte. Lo externo derrotarás. Abrirás océanos con el poder de tu pensamiento. Doblegarás cortes y tronos del maligno. Y cuando estés bravamente listo; entonces iremos por tu corona.”
Y le miras aturrullado, porque nunca habías visto un ser de tamaña divinidad y sabiduría. Tartamudeante le señalas tembloroso a las dos vacas, pidiéndole con la mirada una explicación, por aquello que te es imposible de comprender. Y él responde:
-“La res de color blanco, es la paloma de tu mundo, es débil, ingenua, confiada. Ella no puede cuidarse a si misma; por eso necesita tener pastor. Un pastor guerrero, que en tiempos de paz la apaciente y que en tiempos peligrosos la guarde.
La res de color rojo, es la voracidad del mundo, insaciable, cruel, sanguinaria. La gula le azuza sus hambres y su seca lengua sólo se nutre de lágrimas. Es una bestia salvaje, demencial, si pudiera devoraría hasta el universo todo. Es deber del guerrero, cuidarla como centinela, medirle sus justos pasos. Dejarla beber, pero no demasiado, y dejarla comer, pero no tanto”
-Quiero ser un guerrero como usted, amado Señor- Decís con resolución, mientras el Arcángel, allegándose, te aprieta en un fuerte abrazo.
-“Entonces sigue mis pasos”- Responde el guerrero con estentórea voz -“Lo ilimitado nos espera”.
Luego despiertas. Tu corazón parece no caberte en el pecho. Fluidas corrientes invisibles te encienden como una lamparita de mil voltios. No hay dudas en tu partida. No temes a esas lejanas islas, ni a su guerra. Porque sabes, adentro tuyo ahora lo confirmas. Que más allá de toda partida, siempre hay un volver de nuevo.
