
“El ojo blindado”
Por querer saber de piedras y de
rocíos, de flores irisadas que él observaba con atención desde el gran ventanal
de la suntuosa mansión que poseía su millonario padre. Un buen día de soles y
pájaros cantores, Ruperto el deformado, se escapo con premura de su dormitorio
celda, en busca de la belleza del jardín que suponía ser la verdadera. Su ojo
grotesco de cíclope, grabo en su primer encuentro con la madre Naturaleza; todo
el fuego de una candente rosa en su dilatada retina. Con sus dedos gordos y
torpes, examino uno a uno cada pétalo, despojándola de su vestido; comiéndola.
Pero antes, oliendo y saboreando cada átomo de ella. Tratando de incorporar en
él, lo que creía un don de la hermosura. Pero nadie se entrega sin dejar su
pequeña herida, y la rosa al ser comida, también le clavo su espina. Un corte
fino y galante en el dedo índice, del cual broto un chorrillo que gritaba una
agonía. Miro Ruperto perplejo este dolor nuevo que le nacía ¿Pensando? Que él
también podía ser tintero de la roja flor; un reservorio de la hermosura
disfrazada de fealdad. Aunque todos supusieran que la belleza solo venia en
frascos perfectos.
El carmesí surgido de su dedo,
pronto lo conmociono. Y por mágico instinto le paso su áspera lengua,
descubriendo en ese momento; que el rojo que ostentaba la rosa y que él
deglutió con ansia. También lo albergaba su dedo ¿O quizás todo su cuerpo?
En el bosquecillo de la mansión,
encontró un sapo verdoso ¡Le pareció tan preciosa esta criatura! Con el dedo
herido le palpo el lomo rugoso y lechoso, levemente acaricio su vientre blanco.
Y rio su corazón cuando este le canto una melodía “Croó, croco”…
De repente, sintió un fuerte ardor
en su espalda jorobada y un grito fiero que decía- ¡La próxima vez que huyas de
la habitación! ¡Te ato vaca deforme!- Era su hermano Rubén, quien lo apercibió
con fiereza, mientras los ojazos verdes le fulguraban de odio. A empellones lo
condujo de regreso a su gueto de soledad. Un cuarto desolado y frio, sin más
lujos que un colchón de paja y un balde metálico que hacia de bebedero.
Cierto día, cuando la luz diáfana
de la mañana lleno por completo el oscuro recinto. Descubrió para su asombro,
que el agua del balde se había convertido en espejo. Devolviéndole con brutal
sinceridad el espanto de un rostro contrahecho. Era infinitamente distinto a su
querido hermano ¿Seria por eso que aquel lo maltrataba? ¿Qué no le quería? Bien
podría haber sido más hermano de la criatura croante que hallo ayer en el
parque. Sin embargo, Ruperto no se sentía distinto a su hermano. Pues la rosa
ya le había demostrado, que lo aparente podría ser un diabólico juego de
espejos, que solo reflejaban una verdad a medias ¿O solamente mentiras?- Pero
esa rosa lastima- Decía Ruperto- Y los azotes de mi hermano me duelen. “Desde
esta orilla no”- Le contesto una vocecilla del fondo del balde- “De este lado,
solo existe lo bueno”- Y Ruperto sumergía su mano en la faz del espejo, con
ansias de tocar ese lugar que se le ocultaba. Este juego dual, de la
verdad/mentira le ponía triste; ser culpable sin serlo, ser feo sin quererlo.
Una tarde, por casualidad, escucho
tras puertas cerradas; una charla sostenida por su padre y su hermano. El
primero le contaba del dolor que cargaba su mente, desde aquel fatídico día en
que nació su hermano Ruperto. Su amada esposa se había dejado morir de pena,
cuando pario al engendro. “Pues una madre no puede parir un gladiolo y después
a un escarabajo”- Dijo la finada.
Ruperto de quince años cumplidos.
Ruperto quería haberse muerto ahí mismo. Lloro en su cuarto establo, con hondo
pesar. Mugió cual una vaca sentenciada por dos espadas, que sin embargo no
mataban.- “¡Culpable, culpable!”- Decía una faz del espejo.-“Todo no es más que
una mentira”- Replicaba la vocecilla del fondo del balde. Y su ojo gigante
derramaba mares de sal, por la culpa de haber sido portador de infortunios. Y
la sal mesclada con el martirio, se deslizaban por todo su pecho. Y al
saborearla con su lengua áspera; descubrió que el sabor de la pena es salado y
no amargo. Como contaban los cuentos que desde pequeñito le leía su niñera
Denise. Ella se hizo cargo de su crianza, cuando su padre, un aristócrata
millonario; lo abandono por completo. Arrumbándolo en un ala desolada de la
mansión, donde sus amistades no lo pudieran ver. Como si escondiera del mundo
una parte de él que lo avergonzaba.
Casi nunca se juntaban el joven y
su padre. Se podrían contar estas ocasiones con los dedos de una sola mano. Su
anciana niñera era el único pilar de consuelo terrenal que poseía, fuente de
todos sus afectos, manantial de ternura en el seco paramo de la orfandad. Ella
le enseño a leer, a comportarse como un ser humano aunque no lo pareciera. A
descubrir el mundo oculto de la belleza contenida en los libros, que ávidamente
devoraba con su único ojo. Sintiéndose plenamente identificado con el
protagonista principal de “La bella y la bestia”. Pero la sobria Denise,
también le enseño a ser realista. A separar el grano de la chala, la fantasía
de la realidad. Le explico que los seres humanos, por tendencia innata,
anhelamos zafarnos “de lo real” por el agujero de lo mágico.
-Pero el espejo habla tan lindo- Se
decía Ruperto. Con él, cual válvula de escape al infinito; podía tener su
propio castillo de hadas, su universo de quimeras. Soñar con los parajes más
indecibles de lo no creado, donde su cuerpo tosco jamás llegaría a poner un
pie. Pero tal vez sí, su alma de nube.
Y donde terminaba el universo de su
cuento favorito, comenzaba la magia de su espejo de agua. Y los azotes de su hermano, cada vez más
frecuentes, no le mellaban más allá de su joroba. Y esto ensañaba más al
perverso, quien se desvivía en su afán de darle más tormentos al deforme. Como
si el hecho de ser un pobre niño elefante, no fuera lo suficiente. Pero el
bello y perfecto, también anhelaba la pócima que al horrible hacía hermoso;
diciéndose para sus adentros, conformándose- “Este monstruo esta completamente
chiflado”- Ya que las golpizas, las burlas, las escupidas, no lograban borrar
de su único ojo, la bondad y la dicha. Enardecido, el bello vociferaba, cuando
lo sujetaba por el rollizo cuello- ¡¿Por qué ríes contrahecho, por que ríes?!-
Mientras Ruperto, con voz gangosa solo respondía- Quiero la otra faz espejo, la
otra faz.
Luego llego el doctor con su
diagnostico certero- Padece lecturosis aguda. Hay que extirparle con procedimiento
quirúrgico su ojo de lectura. El padre consintió esa vejación, su hermano
también. Denise, abatida y apoyada
contra un muro, se lamentaba- Es mi culpa, yo le enseñe a leer.
Después de la operación, lo
devolvieron a su cuarto completamente cegado. Ya no podría escapar de esta
dimensión con los juegos de la literatura. Ni negarse su dolor y fealdad con
los juegos del espejo. Trato de buscar consuelo en el llanto y no pudo. Este
mundo lo revestía con su manto de tinieblas implacables- “No pienses querido
hijito”- Repetía apesadumbrada su anciana niñera- “Solo déjate ser, déjate
ser”- Repetía su cerebro, tratando de hallarle un significado a tanta
desdicha.- “Déjate ser” le parecía una frase inescrutable para su raciocinio.
Bien podría tratarse de una antiquísima cábala hermética de dos palabras. Un
especie de conjuro que derrumbaría por fin los muros de agua del espejo de
agua.
-Ya no te burlaras de mi belleza,
con tu falsa e hipócrita felicidad- Repetía hasta el cansancio su hermano.
-Lo hicimos para que te vieras más
hermoso, hijo- Decía su padre.- El leer trae consigo la locura y la divagación.
Fue todo por tu bien.- Volvía a decir, creyéndose un hombre sabio.
Adentro de Ruperto, la lluvia
contenida en su espíritu, forcejeaba con la estúpida razón. Quien perdería o
ganaría no podía saberse.
La inmensa mansión no era más que una pagina del libro
de Ruperto. Una paradoja que se caía sobre sus propias cenizas al ser devorada
por el fuego de tanto dolor guardado en forma de llanto de lava hirviente.
-“Déjate ser y el llanto no te
quemara”- le dijo una estrellita que
crecía velozmente en la oscuridad de su recinto.- ¡¿Quién eres?!- Grito con
todas sus fuerzas, mientras la lluvia del consuelo apagaba los vestigios de lo
que había sido una portentosa mansión.
-“Soy tu ojo blindado”- Contesto la
estrella- “Ven Ruperto, ven. Has despertado por fin de tu largo sueño.”
Y le mostro la otra faz del espejo
de agua, que de verdad existía. Aunque los hombres desde esta otra orilla, la
vivamos negando.