"El ángel del regreso" novela, capitulo nº 5

JUAN, AQUEL SOLDADITO DE PLOMO.

Bajo el techo de una cama tendida de forma impecable, la madre de Juan, con lágrimas tibias en sus ojos; saca una pequeña caja de cartón y acaricia un soldadito de plomo. Primorosamente le quita el polvo con un pañuelo humedecido por  llanto. Luego lo sostiene por largo rato contra una de sus mejillas, cual si realizara un ritual; que todos los días, desde que su hijo marchó a la guerra, no ha dejado de cumplir. Recordando y musitando, como si hablara con un espíritu invisible. Cuando fue el día en que dejó de ser  imprescindible para su cochorro; cuando esas alas se pusieron duras y fuertes y alzaron un vuelo a lo lejano de aquellas islas perdidas en las brumas del Atlántico. Cuando fue ese último día en que el altar de su reinado se quedó sin su principito. En que día dejó de llamar temprano a su puerta y despertarlo con el café en la cama. Cuando fue su última vez de camas destendidas, del caos cotidiano de una habitación ruidosa, donde ella siempre ponía todo en orden. En qué día el bullicio de esa chillona y moderna música, fue ganada por el silencio atroz que duele, convirtiéndola en su viuda. Y la desalojó de sus rutinas de reproches tontos, de: “Nene límpiate los pies antes de entrar, no dejes la ropa en el piso, ponela en el ropero. Y no te embarres tanto jugando a la pelota, que después el short te queda percudido y no le puedo sacar las manchas con nada.” En qué día sus reproches cedieron a éste silencio mudo. Cuando fue la última vez que dejó de ser recompensada con besos en la frente y caricias, por tanta cantilena protestona y amorosa.

¿Cuándo fue destino?

¿En qué día?

¿Cuándo?

Mamá, apenas llegué a las islas me puse a escribirte esta carta. Estoy muy feliz de cumplir con mi Patria, todos los chicos aquí lo estamos. Pero el miedo nos sobrevuela, y lo puedo percibir en el aire; te digo, se podría cortar con un cuchillo este aire espeso. En cualquier momento, dice el sargento, tendremos que entrar en combate cuerpo a cuerpo. Los ingleses no se van a quedar de brazos cruzados. Lo más grandioso que nos pasó, fue cuando llegamos al puerto de Buenos Aires, a embarcarnos en un buque inmenso. (Te cuento, es del tamaño de la fábrica abandonada de Minetti) Era una  multitud la gente  que vino a despedirnos en el puerto, con banderas y pancartas, avivándonos como a los jugadores de futbol de la selección nacional; hasta periodistas y camarógrafos había. Algunos caraduras de mis compañeros se animaron a posar ante los flashes y decir pelotudeces: Que ganaríamos fácilmente, que los ingleses eran unos cagones, que seguro todo era pan comido. Incluso uno de ellos dijo, que se casaría con una isleña, para tener su primer hijo en Malvinas ¿podés creer?

Estas islas son horribles y frías, no se le comparan a mi Córdoba, y cada minuto que paso aquí, más  extraño a mi pueblito de Calera. Espero que todo esto termine pronto.

Siempre te llevo a vos y papá en mi corazón; también a mi novia Sandra, si la vez, decile que la quiero un montón. Pero no te me pongás celosa, que siempre te voy a amar un tocazo… Ahora están sonando las sirenas, debo dejar de escribirte, siento explosiones que se nos acercan y ruidos de helicópteros que sobrevuelan, espero verte pronto.

Posdata: Cuidá mis discos de Boney M, no se los prestés a nadie. Chau.

En Puerto Argentino, todos los camaradas de Juan, fingen ser valientes y belicosos.  Algunos, debido a sus cortas edades, apenas salidos de la adolescencia, creen estar viviendo un capitulo de la serie televisiva “Combate”. Ignorando que esta guerra es de verdad. Otros, iracundos como él, aprietan sus rifles contra su pecho, tratando de sentirse seguros. “Esta arma soldado, será desde ahora en adelante una extensión de tu cuerpo, un jirón de tu bandera, que jamás fue atada al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra.” Arenga a grito pelado el sargento, tratando de imponer su voz a esa furia del impiadoso y ensordecedor bombardeo de los Sea Harrier, y los cañoneos continuos de las fragatas y los portaviones. Lo que les devuelve la seguridad, haciéndolos estallar de alegría y gritos, es cuando un avión de la fuerza aérea Argentina los sobrevuela cual un halcón custodio; devolviéndoles las esperanzas y las ganas de triunfar, en una guerra que parece perdida.

Mamá, hoy por la tarde saldremos en busca de la compañía donde pelea Ramiro. Le dicen “Pradera de los gansos” Por lo que nos dijo el sargento, es que en esa zona se desató un infernal fuego de artillería, lanzado por los ingleses desde sus portaviones. Por eso la compañía de mi amigo quedó aislada. Estoy muy ansioso por ir a rescatarlo, espero que se encuentre bien. Si me pudieras ver, hasta debo controlar el temblor de las manos. Y no es por qué sea un cagón, pero este bombardeo infernal  y esos helicópteros que nos atacan, no nos dan tregua (ni tiempo de orinar nos queda, algunos se mean encima) También estamos muertos de hambre y de frio, es un clima de mierda que hay en estas islas. Llevo conmigo el Santísimo Rosario, que vos me regalaste ¿te acordás? Te quiero mucho, te extraño un tocazo; a vos y a papá. Mañana te sigo escribiendo, chau.

“Tu cuerpo hijo, será la extensión de nuestros cuerpos y tu arma la extensión de nuestros brazos.” Le dice su padre, mientras lo despide junto a un grupo de vecinos congregados de su barrio, todos enarbolando sus consignas de guerra. El más anciano  le da un abrazo y se cuadra en un gracioso saludo militar, diciéndole con emoción. “¡Vos sí que tenes suerte pibe, como no estar en tú lugar!”

Después, llega su profesor de historia del secundario, diciéndole medio en broma, medio en serio. “Alumno Juan, clase 1963, Esparta te quiere, triunfante o muerto.” Y los demás no le celebran el negro humor.

Muchos de sus compañeros creyeron en eso de la extensión de su cuerpo, de su propio brazo. Y así les fue. Cuando más necesitaron de su arma, esta falló. Algunas habían viajado desde la segunda guerra mundial hasta Malvinas, sin ser probadas o reparadas.CLIK, CLIK, CLOK Y EL TIRO NO SALÍA NUNCA Y ÉL YA LO TENÍA AL GURKA ENCIMA Y  GRITABA MALDICIENDO “NO FUNCIONA LA HIJA DE PUTA, ESTÁ TRABADA” CLIC, CLIC ,CLOK Y LOS DEDOS ENTUMECIDOS POR EL INTENSO FRIO SE DESGARRABAN GATILLANDO ESE ACERO QUE NO COBRABA VIDA. Y LA SANGRE DE SUS DEDOS SE MEZCLABA CON LA SANGRE DE SU CUELLO, EN UN ÚLTIMO INTENTO DE SUJETARSE LA VIDA QUE SE LE ESCAPABA POR LA TRÁQUEA ACUCHILLADA, MIENTRAS EL GURKA CON TOTAL FRIALDAD DE MERCENARIO, DESENTERRABA LA CUCHILLA DE LA TRÁQUEA Y LA LIMPIABA EN LOS MUSGOS. Y Juan se fingía muerto para que el gurka no lo asesinara. Y volvía a pensar llorando, que Ramiro, su compañero y hermano del alma, nunca quiso venir a esta sucia guerra. Que él prefería que lo obligaron a cambiar su horquilla de juntar alfalfa en su pequeño pueblito de ciento cincuenta habitantes donde se conocían todos donde en las bodas y en los funerales se reunía toda la población, como si fuera una inmensa familia; por este cochino fusil que no servía para nada y el mercenario después de haberlo despenado con un tiro en la sien le cortó una oreja y se la guardó como trofeo en su uniforme térmico. Y Juan siguió haciéndose el muerto, hasta que ese silencio mortuorio se apoderó de aquel paramo y de su alma. Y lo llamaba a Ramiro con un hilillo de voz que apenas le salía de la garganta oprimida por tanto dolor. Y él sabía que su amigo estaba ya muerto, y le pedía a Dios que le ayudara, que se lo sanara. Que el pibe debía regresar sano y salvo a su pueblito, pues su madre cuando vino a despedir a Ramiro, antes de que partieran desde  el cuartel del Tercer Cuerpo de Ejercito, se lo había encomendado, casi como suplicándole, pues Juan aparentaba ser un joven duro. Y él descubrió en aquel paramo desolado, que un niño de dieciocho años no puede transformarse de la noche a la mañana en un hombre duro; porque nadie le había enseñado a matar todavía.