“EL SOL INTERIOR”
Sé que es posible: el todo y la nada,
merecer la daga y la pluma,
el cincel y la piedra.
Crear y destruir,
disolver las profecías.
Dar formas en lo insondable,
castillos, quimeras, sirenas y unicornios.
Desmantelar los relojes,
detenerlos en su tiempo
girar al revés sus agujas.
¿Es qué sabes?
Nada niega a la nada
más que la sombra de sí misma.
Y todo dibuja la luz,
hasta los contornos de la oscuridad.
¡Eres tan libre!
Y tan prisionero de tus pesares.
¡Mi ángel! Amado ser añorado.
¡Tan próximo!
¡Y tan lejano en mis abismos!
¿Fue el verano alguna vez mío?
¿O solo viví de inviernos?
De indolentes penas
y de inclaudicables temores.
¡Hay en mi ciudad torres tan negras, tan altas!
Que solo invitan al suicidio.
¿Pero si no existiesen?
Sino las sustentaran cimientos tan fríos.
¿Sobre qué pedestales, desde qué rampas?
¿Volarían tantos ángeles?
Cierro mis ventanas y los veo,
las abro y se alejan.
Así es el amor,
árbitro de dualismos,
juez de anatemas, dador de sentencias.
Pero al final de este escarbar en la piel que sangra,
y desde mis carnes desolladas.
Comienzo a ver un sol adentro mío.