Fragmento perteneciente a la novela "El ángel del regreso" Capitulo nº7 autor: Ismael Clavero, editorial Arkenia.
Capitulo nº7
JUAN Y EL PARAMO DE LA LOCURA
En la turba todo se ve lejano, gris. Poblado de una distancia que parece eterna.
Una bota emerge desde la prisión de una grieta en la roca. Una bota chamuscada con los restos de un pie adentro. Su dueño puede verse mas allá, cerca de un par de ovejas que lo miran confundidas; asustadas por sus desgarradores quejidos. Las ovejas se entretienen unos instantes lamiendo la sangre oscura, a medio coagular que mana de esa extremidad que parece un gajo de árbol cortado por un rayo.
La turba ahora aúlla alrededor tuyo. Una pesadumbre te cuelga del alma y el corazón. Es un peso nuevo y letal, una caústica llaga que perfora de a poco tu mente con remordimientos. Ese aullido del viento se une a los miles de quejidos que rondan por esa vastedad desolada y que a coro te gritan ¡LOCURA!
Estás loco y no lo percibes, porque la causante de esta demencia silenciosa, no ha sido tu mente ni tu cuerpo; ni tus traumas de niño, cuando tu padre, un policía violento y beodo, golpeaba a tu madre delante de ti. La guerra es la única responsable. Y su aliado el dolor.
Una tumba de héroes te observa con las entrañas abiertas, en su vientre encuentras rostros conocidos, manos amigas, torsos sin miembros a los que solamente reconoces por los tatuajes que llevan grabados toscamente (tatuajes recientes, caseros, realizados por manos poco diestras con tinta china y agujas comunes) como una etiqueta o una marca de pertenencia a una logia secreta llamada “los cordobeses” Luego tratas de zafar del abrazo mortal de ese pozo de musgo oscuro y neblinoso. Una turba húmeda y terriblemente fría se te trepa por los dedos hasta que dejas de sentirlos.
Desde el borde de tu pozo de locura, te llega una suave voz femenina ¿Será la mujer mariposa de nuevo?- Te preguntás. Ésa que tiene los ojos rojos y terribles y una pata de palo cual pirata. No. Es sólo una enfermera inmaculada que llega hasta la orilla de tu cama para realizarte el aseo diario. Con naturalidad extraordinaria te quita la bata, luego el calzoncillo y te plática boberías, sabiendo que no la escuchás. Ella está acostumbrada a tus silencios, tu rostro sin muecas, tu boca sin risas, tu mirada enterrada adentro de un trauma llamado “Malvinas”. Con suma paciencia, te pasa una esponja con desinfectante que huele a lavanda. Habla sola, sabe que no la sentís, ni a su voz tan dulce, ni sus dedos pequeños y suaves, ni su piel contra tu piel; cuando te corre el cuerito del pene para aseártelo.
Luego, canturreando una balada de Ángela Carrasco “Quererte a ti”, toma sus cosas y te deja por fin solo. Una soledad que te duele tanto. Pero que también amás.